miércoles, 29 de octubre de 2014

De los paseos en la Luna.

Hace rato que llevo dando paseos a la Luna. Cada paseo se siente como la primera vez. Cada primera vez es alucinante y alimenta mi locura. Mi locura empezó hace rato, cuando decidí salir con él. Él y yo hemos paseado en la Luna desde hace rato. Y así, una y otra vez.

¿Quieres saber qué tiene de divertido la Luna?

Allá se baila sólo con los dedos de la mano y no de pie.

Allá los mordiscos no duelen, sino que dan placer.

Allá lo suyo es mío y lo mío es suyo.

Allá se dan los buenos días, las buenas tardes, las buenas noches.

Allá te leen poesía.

Allá te admiran cada centímetro de piel, incrédulos de que tanta belleza exista, y aunque jures que no hablan de ti, te lo dicen una y otra vez, una y otra vez. Y empiezas a creer.

Allá los ojos cambian de color. Unos días son verdes, y otros, color miel; pero siempre te miran fijamente y te desnudan con la mirada.

Allá los sentidos están más atentos que nunca: lo ves minuciosamente mientras se acerca a ti, escuchas con atención cuando te dice que te quiere, la piel se te eriza al mínimo contacto, suspiras porque no habías probado un sabor tan delicioso, y su aroma te eleva y te hace desearlo.

Allá las respiraciones están en perfecta sincronización.

Allá es válido caminar tomados de la mano.

Allá nunca se está solo, siempre tienes compañía.

Allá está bien estar loca y, no obstante, ser la más cuerda.

Allá en la Luna sólo está Él... Lo malo de los paseos a la Luna es que son de corta duración. 

Y yo aún no quiero regresar a la Tierra.