miércoles, 7 de mayo de 2014

Un no sé qué

Era fin de mes. Era miércoles. Era tu cumpleaños.

Era una reunión en casa de una amiga, era un predespacho antes de ir a rumbear.

Era la noche, la disco, la música, el alcohol, el montón de gente.

Eras tú. Era yo.

Eran tus ojos, buscando los míos, recorrían mi cuerpo con la misma facilidad con la que lo recorrían tus manos en otros tiempos. Eran mis ojos cruzándose con los tuyos, a veces de casualidad y otras veces a propósito.

Eran otros invitándome a bailar.

Eras tú tomándome de la mano cuando me disponía a descansar y, entre el sonido de una Propuesta Indecente y Darte un beso, que usualmente detesto, tus manos recorriendo mi espalda, tu mejilla junto a la mía y nuestros cuerpos bailando al mismo son, como si hubiesen nacido para hacer eso siempre, me perdí.

Eran tus susurros en mi oído, tu boca buscando la mía y yo esquivándote a lo Matrix.

Era yo siendo dos a la vez. Primero, la mujer segura de si misma, una mujer de cuidado a la que los hombres suelen maldecir porque después que todo acabó se pusieron buenas, era yo vengándome en el nombre de otras mujeres, del tipo que pasaba olímpicamente de ellas y que ahora se derretía a sus pies. Segundo, era la niña que soñaba con eso y más, que se sentía en total paz en ese instante en que nuestras pieles se daban un beso en un abrazo que parecía interminable.

Y niña y mujer. Y mujer y niña. Ambas en un mismo cuerpo que luchaba contra esa fuerza invisible que nos atraía como imanes, tú hacia mi, yo hacia ti.

Eran las ganas.

Y era perfecto.

Era un instante o un momento, o tal vez un sueño, pero de los buenos, de los que no te quieres despertar, era el destino o el Universo, o tuve el mejor horóscopo de la semana, o Dios queriendo trazar uno de sus planes, de esos que cambia si no le parecen.

Era un no sé qué.