lunes, 27 de febrero de 2012

ESPE(NDE)JISMOS.

Hay chivos sin cabeza merodeando por ahí, los veo en todos lados: subiendo el cerro diciéndonos que eso le gusta a la comadre, bajando el cerro tomando fotos para guardarlas quién sabe dónde o por qué.
Hay chivos sin cabeza al salir del trabajo, esperándonos en la misma escalera, en el mismo lugar; llevándonos de repente al cine sin pensarlo dos veces, e invitándonos a salir a mitad de la función.
Hay chivos sin cabeza que nos escriben de vez en cuando y de cuando en vez para saber cómo estamos, qué estamos haciendo, pero nunca para invitarnos a salir.
Hay chivos sin cabeza que nos llaman en nuestro cumpleaños, que nos llevan nuestra casa porque se hizo tarde, que nos envuelven en un abrazo, que nos acompañan a la práctica, que nos toman de la mano por accidente, que nos besan desmedidamente como si no existiese el mañana. Nos hablan al oído, nos invitan a tomar algo, nos piden acompañarnos a hacer las diligencias. Nos miran directo a los ojos, como buscando entre ellos, mientras nos afirman que son los más bonitos que han visto y nos toman por la cintura, acarician nuestra espalda y llegan hasta el cuello, marcando la distancia que existe desde ahí hasta nuestros labios sólo con besos...
Hay chivos sin cabeza que nos encontramos un día, de casualidad y a veces premeditadamente, en el metro y nos besan delante de todos esos desconocidos.
Hay chivos sin cabezas que dejamos sentados en una plaza, dos bancos más allá de donde los conocimos y donde estamos seguras que siguen esperando.
Sí, hay muchos chivos sin cabeza rondando por ahí o tal vez sean puros espejismos de tiempos que pasaron y no volverán, aunque hayas regresado...

martes, 14 de febrero de 2012

viernes, 3 de febrero de 2012

A los 22

Una vez escuché que lo más difícil de escribir es el comienzo, pues uno nunca sabe cómo comenzar, mucho menos si tienes muchas ideas y poca organización, pero una vez que empiezas no puedes parar . Luego, las ideas se transforman en párrafos y los párrafos en capítulos completos. Hoy decidí escribir un capítulo, pero no uno cualquiera, sino uno de mi vida, como para irnos conociendo y con la esperanza de que al escribirlo tenga un final. Tal vez el final no sea tan bonito (ni de mentira) como en las novelas, pero algo haremos.

Todo empezó a finales de marzo. Por fin estaba tomando las riendas de mi vida: estaba asistiendo a mis clases, tenía nuevo trabajo, las prácticas del deporte estaban dando buenos frutos en mi cuerpo y en mi mente. Sí, por fin se estaban cumpliendo las resoluciones de año nuevo. Pero a Dios le pareció que faltaba algo.

Y ahí estábamos, un sábado temprano, en mi lugar favorito haciendo lo que mas me gusta, en mi mundo. Debo admitir que ese día fue uno de los más lindos y no me refiero al hecho de que estuviéramos juntos, pues para entonces eso aún no me alegraba, me refiero a la brisa, al sol, al cielo, al clima pues; era de esos días en los que provoca hacer de todo al aire libre.

Tenía miedo, pero era más grande mi curiosidad. "¿Será bueno haber venido? ¿será aburrido, o chévere, o baboso? ¿será buena idea haberlo invitado para acá? ¡oh por Dios, que no sea un loco de esos de los que tanto hablan en los correos, que te dan burundanga o una pastillita y luego te dejan como "Charlie el unicornio"!. Era, a grandes rasgos, lo que me pasaba por la mente y sin embargo, me arriegué. Al final del día, sin proponérmelo, ya te estaba extrañando.

Hicimos click.


Luego de eso vinieron un par de salidas, muchos mensajes y algunas llamadas... Un abrazo... y un beso. Y muchos días contados, como cuando te avisan cuánto tiempo te queda de vida y quieres hacerlo todo a la vez, intentarlo siempre, perder el miedo y arriesgarte.

Y empezaron las vueltas en la montaña rusa.

Dejaste de escribir e incluso de responder, no hubo más llamadas ni salidas y justo cuando me dije: "listo, me bajo de este carro, hasta aquí llego yo", supe de ti:
- Oye, ¿supiste que tuvo un accidente?
-¿Ah? Pero cómo, dónde... ¿ÉL ESTÁ BIEN? Mierda, no sabía, que mal.
- Si, hace como dos semanas.
- ¡¿DOS SEMANAS?! Verga, tengo que llamarlo, pero no tengo su número, lo borré en un ataque de ira.

No lo perdones por eso, decía mi conciencia en la voz de una amiga. Pero lo perdoné.

Y nos vimos de nuevo: te besé, me besaste, te abracé, me abrazaste, te tomé de la mano y me soltaste. Pasamos dos meses, aproximadamente en ese maldito círculo vicioso. Yo creyéndote todo, tú mintiendo más; yo ilusionándome, tú ilusionándome; yo arriesgándome, tú con miedo; yo llamándote, buscándote, anhelándote, extrañándote ¿y tú? Tú simplemente jugabas a las escondidas mientras yo jugaba al gato y el ratón.

Llegamos a finales de agosto.
- Me siento incómoda... contigo. ¿Quieres seguir haciendo esto?
- No, si estás incómoda nos vemos otro día.
- Me refiero a todo esto, a nosotros
-(negando con la cabeza)
- Yo tampoco   (mentira)... Abrázame, por favor...

Pasó algún tiempo. Volviste a escribir diciendo que necesitabas verme para hablar conmigo porque ya te faltaba poco para partir, que necesitabas pedirme disculpas por todo. Accedí.
Y ahí estábamos, un sábado, no tan temprano como la primera vez porque llegaste con hora y media de retraso, escudándote en la misma excusa de siempre, sólo que esta vez yo no te creí. Estábamos en el mismo lugar donde nos conocimos pero el clima no estaba perfecto como la vez anterior, y habían mas silencios incómodos que palabras. No éramos los mismos...

Han pasado casi cinco meses desde la última vez que nos vimos te vi. Ahora tienes novia y al parecer te hace tan feliz que quieres gritarlo a los cuatro vientos, o en nuestro este caso, en las redes sociales. También vas a volver al país (si es que no fue otro mojón que te creí)...

Mientras tanto yo sigo aquí, esperando bloquear algunos recuerdos, rogando que esta sea la pesadilla más larga que he tenido pero la más entretenida de todas, queriendo que me llames y me busques, que me digas que lo sientes, que aunque estés con esa otra que te hace feliz y te tiene de puntillas, aún me recuerdas y me extrañas... Porque después de todo no te guardo rencor (aunque todavía quiero golpearte) y te recuerdo como el carajo más imbécil que he conocido y que me hizo feliz a los 22 (o en un pedacito de mis 22).

                                                                                                                               Adiós