miércoles, 9 de abril de 2014

¡"Quiero a mi maaamaaaá"!

En enero de cada año, cerca de Maracay, se realiza una caminata en honor a San Sebastián, cuyo recorrido, de 42 kilómetros, inicia desde el sector llamado El Limón y finaliza en el pueblo de Ocumare de la Costa.

Lo que sigue, es el cuento de mi experiencia al haber realizado la caminata. Aviso al lector: Esto va a ser largo.

Ese día nos levantamos a eso de las 4am. No había podido dormir muy bien debido a que me estaba quedando en una casa que no era la mía y acostada en una cama ajena. Bueno, la cena tampoco me había ayudado a conciliar el sueño, pues tengo como costumbre que, a pueblo nuevo que voy, me como mi respectiva "Cachapa de carretera" como les suelo decir, ya que son las mejores. Imagínate tú.

Debo confesar que estaba muy nerviosa. No era para menos, entre los cuentos de mis amigos sobre la caminata, estaban estas perlas: "Hay que echarse bastante vaselina en los pies. A mi el año pasado me salió un ampolla en toda la planta por el roce del zapato, y porque no había usado la suficiente cantidad de vaselina"; "Eso no es nada, yo perdí tres uñas el año pasado y boté un sangrero"; "Hay que llevar bastante comida porque ahí no dan nada"; "Yo agarré una insolación del demonio, por eso me voy a bañar en protector solar"; "Vamos a procurar caminar todos juntos, porque en todo el camino no tendremos señal en los teléfonos y aparte, si nos perdemos no nos vamos a poder encontrar entre la cantidad de gente que va"; "Menos mal que tu mamá nos busca, porque para regresar a Maracay luego de la caminata, hay que echarle"...

Ooookkkk, ¡¿me están diciendo que la mayor parte de mi pie tendrá una ampolla, que se me caerán las uñas de los pies y moriré desangrada a causa de ello, que voy a pasar hambre y sed, que voy a agarrar una insolación, que me voy a perder entre el montón de gente, y de paso, que me van a dejar botada en Ocumare de la Costa pues no tendré señal en el teléfono?! Oh,shhh...t

Intenté mantener la calma, no sin antes haberme gastado el pote de vaselina en ambos pies; haberme comprado caramelos, chocolates y galletas en la panadería donde nos detuvimos a desayunar antes de la caminata; bañarme en protector solar, porque es que a mi el "rojo camarón" no me sienta bien; y por último no perder de vista a mis compañeros. En serio, no los dejé de ver en ningún momento. 

Y comenzó la caminata. 

"Ay que rico, caminar hacia el amanecer y en subida, que le hace bien a mis glúteos... Qué chévere la vibra de la gente... Ay, está empezando a salir el sol, ¡que nota!...Ay que lindos los pajaritos como cantan, están para grabarlos... Que bello todo, bello el paisaje, bella la gente. Me encanta, me encanta... Vamos a tomar una foto...(click)..."


 "Viste que linda me quedó la fooooo... Wait! ¡¡¡¿Y mis amigos?!!!"

Por andar en una de "bello tú, bello el paisaje, bello todo" perdí de vista a mis amigos. Coño, me perdí. Coño no tengo señal. Coño, que peo ¿y ahora? Que cagada. Cooooñooooo, mira por donde vaaaaann... Espeeeeereeenmeeeee.

Logré alcanzarlos y seguimos caminando, pasamos por los primeros puntos de control y nos dieron frutas y agua. "Jum, como que si dan comida. Bueno, igual tengo lleno el porsiacaso, seguro que después no dan nada". Pero a medida que íbamos avanzando, la subida iba pegando, ya no le hacía bien a mis glúteos, al contrario, me dolía tanto el culo que no quería seguir caminando. Hasta que empezamos a bajar.

-Menos mal llegamos a la bajada, vamos a correr para aprovecharla e ir más rápido.
- Si va- dije. Y en seguida me vinieron las palabras del fisiatra "Recuerda que, hasta que no hagas la terapia, prohibido ir al Ávila, o en su defecto, correr por bajadas o subidas muy pronunciadas, pues te dolerán las rodillas". Mejor paso y gano.

Seguí caminando con el único compañero del grupo que quedaba, pero lo noté algo serio. "¿Todo bien?", le pregunté. "Umjú", respondió. Bestia, esto tiene que ser que se molestó porque se tuvo que quedar conmigo caminando, porque es que 'V no puede correr porque tiene rodillas de vieja'. "Oye, si quieres tú también te puedes adelantar, igual esta es la única vía que hay, subiendo o bajando hacia Maracay, cualquier cosa nos veremos por aquí", dije. "Ok", fué lo único que contestó. 

"¿Cuánto faltará para el próximo punto de control?", dijo al cabo de un rato. "Oye, nos quedan como dos kilómetros y medio... ¿estás molesto?". "NO, me estoy CAGANDO. No me cayó bien la cachapa de anoche. Adelántate, yo voy a buscar un monte porque así no puedo caminar". Y así fue como perdí a último de mis compañeros en la caminata.

Me tocó continuar el recorrido sola. Pasé muchísimos kilómetros y puntos de control, comí todo lo que me dijeron que no iban a dar: galletas, té de durazno, agua, mandarinas, cambures, patillas, bocadillos de guayaba y plátano, frutos secos; agarré más sol que una teja; me cambié las medias; me dolían las caderas, la espalda y los pies. ¡OH, LOS PIES! ¡Dios, MIS PIES! Pobrecitos, están calientes, hinchados, adoloridos, y aún falta mucho por caminar.

Finalmente, llegué al último tramo del recorrido que era de arena, tierra y piedra, y que bordeaba un pequeño río. A medida que iba caminando, imaginé muchas veces hacerme a un lado, buscar la piedra más plana y sentarme ahí, sacarme los zapatos y poner a remojar los ñames (porque a esa altura del camino ya dejaron de ser pies). Imaginé también sacarme los zapatos y caminar justo por el rio. Imaginé caminar descalza por la arena. También caminar solo con las medias puestas. Vamos, que lo que quería era dejar los zapatos mal tirados por ahí. NO LOS SOPORTABA.

Igual que tampoco soportaba a aquellas personas que iban delante de mi. E incluso a aquellas que me pasaban por un lado, pues me preguntaba cómo era posible que a ellos no les dolieran los pies y caminaran tan ricamente en lo que considero, era caminar sobre alambres de púas, vidrio, clavos y piezas de Lego.  Todo junto.

















Y seguía caminando mientras me decía que faltaba poco. Al empezar a vislumbrar el camino hacia el pueblo me vinieron una ganas de caminar más rápido. Pero contraria a la energía que sientes de sopetón, esa que te da justo cuando estás a punto de llegar a la meta, lo mio fue una crisis de padre y señor mío. Llegué molesta de ver a tanta gente extraña aglomerada en un mismo lugar, de tener hambre, de tener ganas de cagar (porque a mi también me cayó mal la cachapa de la noche anterior), de tener sueño, de haber agarrado tanto sol, de que me dolieran los pies como me dolían, de no haber tenido necesidad de hacer esa caminata pudiendo estar tan ricamente acostada en mi camita, o en casa con los míos, aquellos que no me pudieron ver llegar a la meta por la lejanía del lugar. Y me sentí perdida. Y me sentí sola. Y empecé a extrañar a mi Caracas. Y eché de menos a mis padres y a mis hermanos. 


Y me eché a llorar como una niña pequeña. Visto desde fuera, parecía la mayor de las devotas llorando frente a San Sebastián. "Que linda la muchacha como llora, seguro vino a pagar una promesa", habrán pensado varias de las personas que allí estaban. Pero no, no lloraba por el esfuerzo realizado, por los dolores que tenía, por mis pies o por el hambre. 

Lloraba porque logré aprender algo valioso: De nada vale llegar a la meta si tuviste que perder a tus amigos en el camino, si tu familia no está apoyándote hasta el final para luego compartir los logros contigo.

Y también aprendi que, no importa la edad que tengas, siempre te va a dar una crisis de "Quiero a mi maaaamaaaaá (y a mi papá también)".